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El mal de los poetas

De los cuatro poetas con los cuales solía agruparse a Bascomb uno se había disparado un tiro, otro se había ahogado, un tercero se había ahorcado y el cuarto había muerto de delírium tremens. Bascomb los había conocido a todos, había sentido afecto por la mayoría, y había cuidado a dos de ellos cuando estaban enfermos, pero la sugerencia general de que al consagrarse a la poesía también había elegido su propia destrucción era algo contra lo cual se rebelaba enérgicamente. Conocía las tentaciones del suicidio, del mismo modo que conocía las tentaciones de todas las restantes formas del pecado, y excluía cuidadosamente de la villa todas las armas de fuego, las cuerdas apropiadas, los venenos y las píldoras somníferas. Había percibido en Z el más íntimo de los cuatro, un vínculo inalienable entre su prodigiosa imaginación y sus prodigiosas dotes de autodestrucción, pero con su estilo obstinado y campesino Bascomb estaba decidido a destruir o ignorar ese nexo a derrocar a Marsyas y a Orfeo. La poesía confería una gloria perdurable, y Bascomb había decidido que el último acto de la vida de un poeta no debía representarse como había sido el caso de Z en un cuarto sucio con veintitrés botellas de gin. Como no podía negar el vínculo entre el brillo y la tragedia, parecía dispuesto a amortiguar su filo.

Texto: Fragmento de El mundo de las manzanas, John Cheever

Post by Andrew

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